jueves, 31 de octubre de 2013

Duda volátil

Aquel tiesto del 4º C llevaba tres días especialmente callado. Su dueña tenía los ojos de vidrio y la voz ronca de tanto gritarle a Dios que —fuera cual fuera el motivo de dicha apatía— le diera una solución y Dios no, pero el párroco le había aconsejado un poco de música que, según él, a los geranios les iba de perlas para el ánimo.
Por eso al llegar a casa había probado con su Manolo Escobar —qué envidia de hombre— pero ni los carros ni los toritos surtían efecto. Desquiciada, le había tomado el pulso, porque quizá sus esfuerzos estuvieran siendo inútiles, pero para su alivio, el pulso estaba normal. 
Más tarde lo intentó con Beethoven, pero nada, ni la Novena. Hasta qué extremos llegó, que puso un disco de Judas Priest y a punto estuvieron de multarla por exceso de decibelios. 
¡Qué nostalgia sentía por aquel tiesto que era su vida, siempre tan tranquilo, atento y dispuesto a ofrecerle amistosa compañía! No podía resignarse a tal pérdida, así que fue a por otra remesa de cedés, a ver si había suerte. 
Lo que no sabía aquella señora ataviada con mandil y rulos domingueros era que su tiesto del alma llevaba un tiempo cuestionándose el sentido de la vida cual filósofo griego. Hasta entonces había sido un tiesto común, errante, que nunca decía una palabra más alta que otra, ni trataba aparentar cosas que no fuesen ciertas. Pero a pesar de conocer mundo, vivir en variados alféizares y cultivar amistades por doquier, no había logrado encontrar un leitmotiv, una esencia, algo que lo distinguiera de los demás, a lo que aferrarse en momentos difíciles. 
En cambio, sus ojos llevaban semanas hechizados con los pájaros. Lo cierto es que había de todo tipo en aquel rincón de la ciudad: cuervos, palomas, gaviotas, urracas… Nuestro tiesto no dormía, no comía y tampoco era capaz de pensar con claridad desde entonces, y es que soñaba con volar hasta el punto de la obsesión. Pero no sabía si sería capaz, claro. Había comparado mentalmente su anatomía con la de las aves, y era consciente de que él no tenía plumas, ni pico, ni siquiera alas. Derrochaba voluntad y deseo, eso sí.
Era su ilusión dejar aquel alféizar y darse a la vida aérea, como preso a la fuga. Pero tenía miedo de descubrir demasiado tarde que no era capaz de volar. La gente pasaba por la calle, y él, distraído de sus obligaciones ornamentales, con aquellas cuestiones en mente. Perdía las horas deshojando pétalos mentalmente —virtudes de los tiestos—. En el «me tiro, no me tiro» siempre le salía que no. Su mente repetía no-lo-hagas y su corazón bombeaba HAZLO. Era un tiesto cerebral.
En las de resignarse estaba, cediendo al dominio de la razón, cuando su dueña colocó un nuevo cedé y le dio al play
Era Enrique Iglesias. 
Qué demonios —se dijo entonces el tiesto—. Ahora o nunca. 
Y no, no sabía volar, pero descubrió su identidad oculta: era un asesino de los mejores.


4 comentarios:

Amapola... dijo...

Genial!!!!!!!!
Tuve que leer la última frase tres veces hasta que mi cerebro hizo la conexion!!!
Casi podría decirse que es demasiado buena, pero es más que eso!!!!!
Una excelente historia!!!
Me ha encantado!
Muchos Beshos!

Veralucia dijo...

abrumadora,
y me paso lo mismo que a Amapola,
relei las ultimas lineas, para asegurar que no se me olvide el final.

Recibi tu piedra.
jaja gracias por la visita.

Saludos

Sandra dijo...

Sorprendente final! Y enhorabuena por el relato en su totalidad, qué calidad!

Besos!!

Veralucia dijo...

jaja no te preocupes por la piedra.

te conteste por alla tambien.
Un fuerte abrazo.

Me encuentro en espera de una nueva historia.