miércoles, 3 de octubre de 2018

Parábasis (III)

No. Por más que el tiempo pase y el recuerdo se vuelva una especie de cápsula pequeña y manejable, con todos los instantes. Ni siquiera ese momento ha llegado, quién sabe si llegará, pero ni entonces será nada ni por nada, ni siquiera no será, seguirá siendo. Es decir, nunca será nada, que es muy diferente a nunca seré nada, pero una letra es capaz de cambiarlo todo, como una pequeña modulación en el canto de un pájaro, una nota o un tono diferente. Nunca será nada más o nada menos por no ser o por no estar, ni por decirse que por enmudecer, si se está siempre, es siempre. Cuando todo se ha dicho durante años, ¿qué queda por decir? se preguntan a menudo los silencios. Me refiero a dicho con un ramillete de pequeños gestos que ahora reposan sobre el piano, no con palabras, está bien, reposan en un extraño jarrón, está bien, uno no querría asomarse a ver lo que hay dentro, pero ni siquiera necesitan agua para refrescarse, y de pronto sorprende una mano que surge y se eleva hasta el cielo de la habitación, moviendo sus dedos como un abanico, girando la muñeca y ofreciendo una rosa, una mano tartamuda y titubeante, que no quisiera reconocer, no quisiera decir, a veces las decisiones son de lo más difícil, no sé lo que he hecho ni lo que estoy haciendo pero sigo porque esto es la vida y la vida está hecha para seguir. Tal vez eso es lo que podría decir la mano, no quien la observa, que en todo caso ha tratado de siempre de aprehender la totalidad y esto le confunde; ha tenido poco en cuenta la particularidad desde la que se conoce el mundo, la brizna de hierba que conforma el césped, las innúmeras hojas que constituyen el árbol, y por esto debe de pensar que no sabe nada. No. Nunca más que la mano retorciéndose habla la voz, esa que surge del jarrón ad aeternum, sin atisbo de verse interrumpida, pero que sólo es escuchada cuando los oídos se concentran, y dice mi pequeño zorro, o simplemente ríe, estruendosa pero tenue, con alegría. Diríase que esa voz surge del presente. Siempre fue demasiado tarde para desdecirse. No es decir ahora una cosa y luego otra, es saber elegir entre decir y decidir, lo que se dice no se decide, muchas veces, lo que se decide tantas otras no se dice, a veces lo que se decide y dice porque uno cree que debe hacerlo es lo que termina de romper el corazón, o lo que quedase de él, en pedazos muy pequeños, algo así, todo esto da igual. Nunca será nada, por más que el invierno nos derrotase, o la mierda nos separe, por más que hice esto por esto o hice aquello por aquello, es absolutamente lo mismo, todos hacemos muchas cosas, válgame Dios, que jamás deberían ser perdonadas, todos, por eso nadie está en virtud ni de juzgar ni perdonar. Cuando del jarrón surge una luna trémula, y la risa se vuelve suave como el rumor de las olas, el vidente piensa que volvería a fallar una y mil veces aunque volviera a estar al borde de la muerte; lo repetiría. A veces el eterno retorno es una pesadilla, pero la casualidad, el absurdo, es aún menos soportable. La diminuta luna avanza en elipsis bajo el cielo raso, la persigue con la mirada, en algún lugar están hablándose pero no distingue las palabras, sólo la sensación de encuentro, de totalidad. Cuando le distrae le darían ganas de atraparla y meterla a la fuerza de nuevo en el jarrón, pero es tan tozuda como una snitch o un colibrí; de su aleteo surge una brisa que confunde el pensamiento, no sabe si es la propia luna, o tan sólo la noche la que le trae estos recuerdos. El jarrón no tiene ningún valor por sí mismo, pero no puede romperse, pues su contenido se dispersaría irresolublemente. Terminaré dejándote cartas debajo de la almohada eso qué es, se pregunta, mientras la luz se condensa en derredor en tonos violeta y cian, el sol se dispersa muy lentamente, es primavera, nieva en Saint Andrews, qué bien sienta el silencio para mirar y escuchar, todo está bien, todo está mal, todo está, sí, todo está bien, todo está bien, todo nunca será nada.

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